De NOVELA MEDIOCRE a MEJOR PELÍCULA de la historia

El vínculo entre literatura y cine nació con el cine mismo, a partir de la necesidad de estructuras para contar historias en la nueva plataforma, que la narrativa ya había concebido y perfeccionado en el siglo 19.

Luego de los documentales de los hermanos Lumière y de las exploraciones técnicas de George Méliès, es este último quien crea las primeras películas con forma y fondo como hoy las concebimos. En 1897, los Lumière daban a conocer una acotada versión del ‘Fausto’, de Goethe; pero será con ‘Viaje a la Luna’, de 1902, que Méliès funda el cine moderno.

Para ello se basó en dos obras literarias de enorme éxito entonces y ahora: ‘De la Tierra a la Luna’, de Julio Verne, publicada como libro en 1865, y ‘Los primeros hombres en la Luna’, de H.G. Wells, novela aparecida en 1901. Comenzaba así una asociación artística que perdura hasta nuestros días.

Y con este informe iniciamos un ciclo dedicado a analizar la fructífera pero también compleja relación entre la literatura y el cine, en general, y las adaptaciones cinematográficas de las más celebradas obras literarias, en particular. Arrancando con el que —para el responsable de este canal— es uno de los filmes más bellos, bien narrados y grandiosos de toda la historia: ‘Ben-Hur’, de 1959.

Escrita por el militar y abogado estadounidense Lewis Wallace, la novela ‘Ben-Hur: una historia de Cristo’ —tal su título completo— aparece en 1880. Su autor nació en 1827 en Brookville, Indiana, en el medio oeste de los Estados Unidos, vasta región asociada a valores tradicionales y conservadores, fuerte raigambre religiosa y apego a la vida rural.

Graduado en la Academia Militar de West Point en 1846, Wallace participó en la Guerra de Secesión, alcanzando el grado de general, y luego en la Guerra Mexicano-Americana, sirviendo más tarde en varios puestos diplomáticos. Al abandonar el ejército, se dedicó a la abogacía y más tarde incursionó en la política, siendo fiscal del distrito de Indiana y luego miembro del Senado estatal, dedicándose simultáneamente a la narrativa histórica.

Ben-Hur: la novela

Lewis Wallace.

Fue hacia 1874 que Wallace comenzó con la redacción de ‘Ben-Hur’, tras haber dado a imprenta ‘El Dios Justo; o El último de los ‘Tzins: una historia de la conquista de México’.

Su primera novela está ambientada en el siglo 16 y narra las aventuras del guerrero azteca Tlahuicol y su amor por Tecuichpo, en medio del conflicto entre su pueblo y los conquistadores españoles liderados por Hernán Cortés.

Si bien se consideraba a sí mismo un escéptico, Wallace quedó fascinado con la historia de Jesucristo al investigar para la que sería su obra magna, ubicada en la Judea ocupada por el Imperio Romano. En aquel lugar y en aquellos primeros tiempos, asistimos al conflicto que estructura todo el argumento del libro, entre el príncipe judío Judá Ben-Hur, y su amigo, el tribuno romano Messala Severus.

Pero la amistad se rompe cuando Messala traiciona a Judá y lo envía a la esclavitud, mientras su familia es encarcelada y sus propiedades confiscadas, lo que desata el deseo de venganza del príncipe judío.

Durante una batalla naval y siendo remero esclavo en una galera romana, Ben-Hur salva la vida del cónsul romano Quinto Arrio, quien lo adopta como hijo y lo entrena en las artes de la guerra y la política. Así, todos los eventos que narra la novela llevan inexorablemente al enfrentamiento final, a la eventual lucha entre Judá y Messala durante una épica e inolvidable carrera de cuadrigas. La historia culmina con la redención de Judá Ben-Hur, quien encuentra la paz a través de sus encuentros con Jesucristo, renunciando a la venganza en favor del perdón y el amor.

Esencialmente cristiana, ‘Ben-Hur’ tuvo gran impacto apenas publicada y cuya influencia y popularidad perduró hasta bien entrado el siglo 20, siendo todavía un libro reeditado habitualmente. De hecho, desde 1900 y hasta 1936, con la aparición de ‘Lo que el viento se llevó’, de Margaret Mitchell, fue la novela más vendida en los Estados Unidos.

Crítica y público lector, en tanto, se dividen todavía hoy en cuanto a la valoración literaria de esta obra tan influyente. Por un lado, se señala la desproporción entre la enorme popularidad que alcanzó durante décadas y, por otro, se advierte sobre ciertos problemas con la elaboración de personajes y con los diálogos, y una trama tediosa debido a largos tramos descriptivos.

Para muchos otros, sin embargo, es una novela entretenida y fascinante, con una trama bien estructurada y una historia que, efectivamente, cautivó al mundo del cine y se afianzó en la cultura popular.

Ben-Hur: la primera película

Ramón Novarro

Ya en 1899, los empresarios Marc Klaw y A.L. Erlanger pagaron a Wallace 1 millón de dólares para adaptar la novela al teatro, estrenándose poco más tarde en Broadway con similar éxito al del libro. Esa obra fue la base utilizada por el productor y director Sidney Olcott para su cortometraje de 15 minutos titulado ‘Ben-Hur’, estrenado en diciembre de 1907, que sin embargo no contaba con los derechos para esa cinta muda. Producida por Kalem Company, la película es un resumen apretado de la historia de Wallace cuya escena de cuadrigas se obtuvo clandestinamente de un espectáculo representado por los bomberos de Brooklyn.

Recién en 1925, todavía como la más vendida en el país del norte, la novela tendrá una digna traslación al medio que por entonces se había convertido en el espectáculo elegido por las masas de todo el mundo. El productor y director Fred Niblo, responsable de éxitos previos como ‘La marca del Zorro’ (1920), ‘Los tres mosqueteros’ (1921) y ‘Sangre y arena’ (1922), fue el encargado de la nueva adaptación.

El cine estadounidense descubrió tempranamente todo el potencial que una adaptación de ‘Ben-Hur’ tendría para la naciente industria que, más tarde, será hegemónica en Occidente.

A principios de los 20, Samuel Goldwyn había comprado los derechos del libro a los herederos de Wallace, fallecido en 1905, y así pudo titular su ambiciosa película con el título completo: ‘Ben-Hur: una historia de Cristo’.

Filmada entre Italia y los Estados Unidos y con el astro Ramón Novarro como Judá Ben-Hur, fue una de las superproducciones más costosas de la era muda, pero también supuso un enorme éxito para la Metro Goldwyn Mayer. Aunque sin acreditar, como ayudante de producción ahí estaba un joven William Wyler, con apenas 23 años.

Ben-Hur: la película definitiva

El mismo Wyler que más de tres décadas después tendrá sobre los hombros la responsabilidad de llevar al celuloide una nueva versión del libro y del éxito comercial y de crítica que lo había tenido como partícipe secundario. En concreto, la nueva cinta es un remake casi literal de la versión de 1925, que el director esperaba emular, luego de obras que lo habían consagrado como uno de los más importantes orfebres del cine.

En su largo historial, que iba del cine mudo al sonoro, contaba con películas de enorme éxito y consideración como ‘Jezabel’ (1938) y ‘Cumbres borrascosas’ al año siguiente. También ‘La loba’ (1941), ‘Los mejores años de nuestra vida’ (1946), ‘La princesa que quería vivir’ (1953), ‘Horas desesperadas’ (1955) u ‘Horizontes de grandeza’ (1958); además de dos Óscars como mejor director en su haber.

La MGM mantenía los derechos cinematográficos sobre la obra Wallace y no ahorró recursos para la nueva superproducción de la cual dependía en gran medida su futuro: podía salvar o hundir definitivamente a la tambaleante compañía. Nada mejor que el actor de moda entonces, Charlton Heston, quien poco antes había protagonizado el superéxito ‘Los diez mandamientos’, dirigida y producida por Cecil B. DeMille, para encabezar el reparto del megaproyecto.

Finalmente estrenada en Nueva York el 18 de noviembre de 1959, enseguida se convirtió en el segundo filme más taquillero de la historia en el mercado cinematográfico más grande del mundo, solo superado por ‘Lo que el viento se llevó’. Película río de Victor Fleming de 1939, basada en el libro homónimo de Margaret Mitchell que —como ya se mencionó— recién en 1936 pudo superar a ‘Ben-Hur’ como la novela más vendida en la historia de los Estados Unidos.

A criterio del autor de este informe —que ha visto la película al menos una docena de veces—, ‘Ben-Hur’ es monumental en todo el sentido de la palabra, grandiosamente épica. También está impecablemente narrada y producida, visualmente espectacular y entretenida en todos o casi todos sus tramos. En resumen, una de las mejores películas de todos los tiempos…

La crítica especializada tampoco ahorró adjetivos para calificar la extensa película de Wyler, el productor Sam Zimbalist, guionistas de la talla de Karl Tunberg, el dramaturgo Christopher Fry y Gore Vidal, fotografía de Robert Surtees y música del húngaro Miklós Rózsa.

Por ejemplo: “historia espectacular que profundiza en la condición humana; poderosa y apasionante”; “el mayor y mejor espectáculo de Hollywood”; “filme que no se avergüenza de su grandiosidad”; “majestuosa obra de maestros artesanos”; “película de magnífica calidad épica…”

Costó poco más de 15 millones de dólares, el presupuesto más alto hasta entonces, que multiplicó por diez solo durante su permanencia en cines desde el estreno, salvando de la quiebra a la Metro. Obtuvo 11 de los 12 Óscars a los que estuvo nominada en la 32° edición de los premios, incluidos mejor película, mejor dirección, mejor actor principal para Charlton Heston y mejor actor de reparto para Hugh Griffith.

También ganó tres Globos de Oro como mejor drama, mejor dirección y mejor actor de reparto para Stephen Boyd; la academia británica le otorgó el BAFTA como mejor película; Heston ganó el David di Donatello como mejor actor extranjero, y fue aclamada en Cannes.

Ben-Hur: la película innecesaria

Ramón Novarro, Charlton Heston y Jack Huston.

Pero, como ya se indicó, el recorrido cinematográfico de ‘Ben-Hur’ no comenzó con la cinta dirigida por el gran William Wyler; más para mal que para bien, tampoco terminó con ella… En 2016, grandes productoras se unieron para crear una nueva versión de la película que tanto éxito había obtenido seis décadas antes, convirtiéndose en ícono de la cultura popular.

Esta vez, a manos de un tal Timur Bekmambétov, realizador kazajo con varias producciones rusas en su haber y alguna colaboración con Tim Burton en la cinta animada ‘Número 9’. Obviamente, fue un fracaso artístico y taquillero: esta “reescritura actualizada” —según sus responsables— no logró recuperar en todo el mundo los 100 millones de dólares invertidos por Sean Daniel y sus socios.

“Carente de la grandeza que irradiaba la película de Wyler”; “exceso de CGI”; “copia ligera de ‘Gladiador’”; “cáscara vacía construida digitalmente”; “actuaciones anémicas”; “clon chino barato”; “terrible a la vista…” Esas fueron algunas de las muchas y demoledoras críticas que destrozaron la película, para convertirla en un completo y literal fracaso.

Sean Daniel era entonces un reconocido productor de algunos éxitos y varios fracasos, con bodrios como la saga de ‘El rey escorpión’ en su haber, además de numerosas producciones directas a video casero. Timur Bekmambétov continuó haciendo películas en Rusia y no volvió a dirigir en Hollywood sino alguna coproducción de bajo presupuesto —que también fracasó en taquilla.

Ni ellos ni nadie parecen haber tenido en cuenta que, hoy por hoy, hay clásicos de la cinematografía mundial que no deben ni pueden reversionarse, pues han alcanzado una categoría mítica. ¿A quién, en su sano juicio, podría ocurrírsele reincidir con ‘El ciudadano’, ‘Solaris’, ‘Casablanca’, ‘Rashōmon’, ‘Los 400 golpes’, ‘El acorazado Potemkin’, ‘El padrino’ o ‘La Dolce Vita’? Se trata de esas películas cuyos realizadores, actores y escenas están impregnados en la conciencia y en las retinas colectivas, imposibles de remedar sino como farsas.

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